Como muchos pericos, no podía desaprovechar la oportunidad de pasear los colores blanquiazules por Europa. Habían pasado 12 años desde nuestra última temporada europea. En esa época, todavía estaba viviendo en Bélgica y asociaba al RCD Espanyol a un club de Barcelona jugando en un estadio olímpico. Lo recuerdo porque nunca me ha gustado esa distancia entre la afición y el césped.
El equipo consiguió su clasificación para las fases de grupo contra rivales de menor calibre aunque sufriendo con el último de ellos, el Zorya Luhansk de Ucrania. El sorteo nos atribuyó el CSKA de Moscú, el Ludogorets de Bulgaria y el Ferencvaros de Hungría. Los desplazamientos rusos y búlgaros no me llamaban mucho la atención, y una reciente visita a Budapest hizo que prefiriese esperarme al destino de la siguiente ronda. En Nyon las bolas de la UEFA nos asignaron entonces el Wolverhampton Wanderers FC. Un equipo de la periferia de Birmingham que comparte algunas similitudes con nuestro querido Espanyol: un presidente chino (Jeff Shi), ganador de 2 copas (de Inglaterra) y ser uno de los miembros fundadores de la Premier League. Nada más acabar el sorteo, mi novia me contactó para organizar este desplazamiento con un «vamos a ir por si no llegan a la final, así por lo menos hacemos uno». Cuánta razón tenía.

2 meses después llegó el gran día del 20 de febrero 2020. Llevaba 2 semanas en Alemania por trabajo y me tocaba iniciar un largo viaje que me llevaría de Stuttgart a Frankfurt-am-Main en AVE, en avión de Frankfurt-am-Main a Birmingham y luego en tren de Birmingham al destino final. Confiaba en la fiabilidad alemana para llegar a buen puerto. Sin embargo, nada más llegar a la estación de Stuttgart, me enteré de que se había caído un puente ferroviario de la estación y que mi tren hacia el aeropuerto había sido cancelado. Se me propuso una ruta alternativa con 2 conexiones sin garantizarme llegar a tiempo. Al final pude coger el vuelo y aterrizamos puntuales.

En Birmingham, también se estropeó mi tren y tuve que hacer un trasbordo. La alegría de empezar a ver a tantos pericos en vagones ingleses me hizo tomar con humor un nuevo obstáculo de camino al Molineux Stadium. Una vez en el hotel, sólo tenía ganas de juntarme con otros pericos pero en la recepción me informaron de que había overbooking. Mientras tanto, mi novia seguía bloqueada en la pista de El Prat por un retraso indeterminado. Al final, su vuelo lleno de pericos ansiosos salió con unas 2 horas de retraso y yo conseguí una habitación y 2 desayunos gratis como premio a mi perseverancia.

Para olvidar esos sustos, tocaba reunirme en el punto de encuentro perico: el pub The Blue Brick. Pedir en la barra suponía 20 minutos de cola en la entrada y otros 20 más para ser atendido. No importaba la espera y valió la pena para compartir un gran momento con otros pericos y mi novia. Por suerte ella llegó unas 2 horas antes del pitido inicial.

Después de unas cervezas, pusimos rumbo al estadio para (por fin) acercarnos al coliseo del equipo local. Podemos decir que el último susto lo vivimos en el control de seguridad porque el partido sólo tuvo un protagonista. Abelardo había puesto de titulares a Ferreyra, Iturraspe, Victor Sanchez y Naldo dejando en el banquillo a jugadores como Darder, Cabrera, Embarba y David López. Quedaba claro que el Mister privilegiaba el partido del domingo en Valladolid para salir cuanto antes de la zona de descenso. Las ganas de victoria en Wolverhampton llenaban las gradas de los 1.200 pericos desplazados, pero costaba creer en ello sin poner al 11 de gala sobre el verde. Y así fue. El partido acabó con un 4-0 casi sinónimo de eliminación en dieciseisavos.
Al día siguiente, volvimos a casa con los recuerdos y la ilusión de haber vivido una expedición perica única por Europa. Decepcionados por el resultado y preocupados por la situación del equipo en Liga, pero afortunados de haber formado parte de esta aventura europea.
Ahora bien, no considero esa experiencia como un fin o un objetivo conseguido sino como una etapa para conseguir un Espanyol más fuerte y más ambicioso. Una meta por la que tenemos que pelear por norma.
